Bajo mi cama


Un día opaco, sin luz para mí; sentía pena, mi corazón se comprimía lentamente…
Mi abuela, mi único apoyo, había fallecido. El cementerio se veía gris y el sol sin luz, nubes incoloras, sin esplendor; ese esplendor que me amilanaba día a día cuando salía de trabajar.
Me sentía sola, decidí regresar a casa. Dejé las llaves en el despacho de la entrada, fui a mi habitación y lo primero que vi fue una medalla que me regaló mi abuela, sin duda era muy especial para mí, desde que tengo memoria.
El sol se iba ocultando, la tormenta llegaba… mi cansancio era agotador; decidí tomar una siesta… no sé, no lo sé cómo llegué a sentarme en la mecedora de mi abuela, en que momento me dirigí a su habitación, no pude dar respuesta a las interrogantes, empezaba a tronar y a caer gotas de lluvia acida, me asomé a la ventana y pude ver una especie de mancha oscura desplazándose por el corredor de mi patio, ocultándose detrás de unos arbustos, el espesor de la lluvia no me ayudó a ver bien; empezaba a diluviar fuertemente; mi corazón se aceleraba, mi cuerpo se estremecía, mis manos estaban heladas, mi piel de gallina. Nunca había sentido esta sensación desde que fallecieron mis padres y me dejaron merodeando en la vida, mi abuela era mi único soporte. Decidí prender la luz, no… no puede ser la lluvia había aplacado la luz eléctrica en la ciudad entera… linterna, vela fue lo primero que se me vino a la mente, no podía ser más un peor día para mí.
Bajo mi cama había un baúl que le pertenecía a mi padre, en él habían objetos de valor y algunas cosas para subsistir si había un sismo. Prendí la linterna. Horror hacia el fondo de la oscuridad, pude distinguir a mi abuela…
—¡Hija, ven a mí!, soy tu abuela, adorada princesa, acompáñame en esta soledad.
—¿Abuela, eres tú? Por favor no sigas, aléjate…
Me arrastré hacia atrás lo más rápido que pude, prendí la linterna velozmente y alumbré nerviosa a todos lados por si la encontraba de nuevo, sin novedad me levanté lentamente de la alfombra a la defensiva y con sumo cuidado veía a los alrededores.
Fui a tomar un aperitivo después de ese suceso repentino y horroroso, me puse a meditar y pensar sobre lo ocurrido… Mi abuela no había fallecido en paz, tenía que hacer algo al respecto…
Aún no recuerdo lo de ayer, que fue lo que ocurrió… Hice memoria y pude recordar fragmentos de lo que sucedió, eran las 7:00 am de un día domingo, no tuve tiempo ni para cambiarme, decidí ir a la Iglesia a conseguir agua bendita, luego de un largo trajín fui al cementerio; eché cuantos chorros cayesen sobre la lápida de mi abuela, al regresar a mi casa, fui a su habitación el cual tenía un olor desagradable, fétido, igualmente arrojé chorros de agua bendita donde cayesen y salí apresuradamente, no podía resistir ese olor nauseabundo.
Decidí tomar un descanso en la sala de estar, estaba agobiada… entre sueños recuerdo haber reconocido a mi abuela entre una multitud de gente, me abrazaba, besaba en la mejilla, me decía al oído que había visto a mi madre, que estaba bien y se sentía orgullosa de mí, sin querer solté una lágrima amarga, sinceramente amaba a mi madre, ella era mi sustento de pequeña, hasta aquel día fatal que ocurrió la desdichada perdida de mis progenitores.
Mi corazón no es rencoroso, no. A pesar de ello seguí adelante y ahora soy una reconocida empresaria, sonreí ligeramente.
Después de mucho pensar, pude llegar a la conclusión que lo que necesitaba mi abuela para estar en paz y en gloria consigo misma, era mi medalla de nacimiento, no lo pensé más, ese mismo día, aún lo recuerdo. Decidí reabrir su tumba con ayuda de las mismas personas que enterraron a mi abuela, puse en un pequeño cofre de metal mi medalla y la puse sobre ella.
Seudónimo: Lisa