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“Hola silencio, soy yo de nuevo, viejo amigo, que siempre escucha mis lamentos, tú bien conoces lo que siento por ella, tú más que nadie, conoces mi tristeza, silencio, tú que sabes todo, cuantas veces te he contado mis sentimientos, tú que estas allí cuando nadie más lo está, en las profundidades de mi habitación, en las madrugadas interminables, en mis emociones transmitidas a un papel. Sabes que tengo la esperanza que algún día, ella se despierte, y se dé cuenta que estamos destinados a estar juntos, ella es desde mi sol brillante hasta mi resplandeciente luna y desde mi risa hasta mi llanto, todo… Por sus ojos cafés que son lo más bello que he visto, por su piel que es lo más terso que he tocado y por sus labios que es lo más suave que espero besar...”
Hoy está allí sentada, su pelo negro rodea su espalda, como noche al cielo, sus rizos juguetean entre sí, desprendiendo, un suave olor a vainilla que inunda mis sentidos, su sonrisa ilumina como el sol, nada más brillante, nada más cálido, sus movimientos perfectos y sutiles, embrujan mi alma una y otra vez, miraba atenta la pizarra, comentando cada palabra de la Srta. Constanza, estábamos en el último año de la secundaria y había estado enamorado de María José desde que entramos en el primer año, aún recuerdo, la primera vez que la vi, pensé que me encontraba al frente de un ángel, tal vez venía a cuidarme pensé ¿O era acaso para torturarme?, con el tiempo entendí, que ella podría hacer las dos cosas, un día podía levantarme en el más alto pedestal o hundirme en la peor de las miserias, la única cosa que puedo afirmar irrevocablemente es que la amaba, tal vez sea un término muy apresurado para mi corta edad, pero no es acaso amor pensar todo el día en esa persona, no es caso sentir un cosquilleo en el estómago cada vez que nos habla y mira, no es acaso pensar en su bienestar antes del mío, si no es acaso eso, entonces no sé qué es…
—Sr. Rodríguez, Ud. que está tan atento ¿Cuál es el nombre de la zona en la que se encuentra el corazón? —me dijo la maestra Constanza.
¡Bruja!, dije para mis adentros, sabía perfectamente que se había dado cuenta que no que podía apartar la vista de María José, nervioso me paré; pero, la verdad no sabía qué decir, cuando de pronto escuché un susurro, casi inaudible: ¡Mediastino!, sabía que había sido ella, sin dudar de la respuesta la pronuncié en voz alta, la maestra se sorprendió; pero no me cuestionó, ya que, tenía una muy buena reputación con mis notas. En el recreo me acerqué a María José para darle las gracias, pero no pasó ni un momento, para que, me ponga nervioso, y me alejé, no pudiendo contenerme ¿Era acaso tan cobarde?, claro que lo era, solo basto un ‘Hola’, para que huyera, y era justo eso que me ponía tan triste, era una tortura infinita. Pensé en lo mismo el resto del día, ya en casa, me encerré en mi habitación, para por fin, seguir lo que ya hace semanas venía haciendo, así empecé con mi aventura de todas mis tardes a las 5:00 pm… después de mucho papel y tinta, mi corazón habló así:
Debo decir, que ya hace semanas, que escribo una carta diaria a María José, pero esto me está empezando a costar mucho más de lo normal, ella está empezando a sospechar, y ya van dos veces que casi me atrapa; tengo que decírselo, antes que lo descubra… se lo diría mañana estaba decidido. El día llegó, con solo al acercarme mi corazón latía rápidamente, mis manos sudaban, por un momento dudé; pero, tenía que hacerlo me acerqué a ella, y le pregunté:
—Podíamos hablar?
—Sí claro —me dijo ella.
No sabía por dónde empezar, así que le entregué la carta que había escrito la noche anterior; ella me miró con emoción, me sonrió, y entonces sabía que ya se había dado cuenta, me atreví.
—Me preguntaba si te gustaría salir conmigo —-le dije.
Ella aún con la sonrisa en los labios, me dijo:
—Sí.
Además que le gustaban cada uno de mis poemas, que le había, enviado estas semanas, y me hizo prometer una cosa, que aún le entregaría cartas todos los días, y el alma, me volvió al cuerpo…
Habíamos quedado para el hoy, sábado, iríamos a pasear en bicicleta ¡Era perfecto! La tarde transcurrió con mucha normalidad, sentía que nos conocíamos hace muchos años; compré un helado, ella no paraba de sonreír y eso me encantaba, nos contamos anécdotas sin fin, y ya de anochecida, la acompañé a su casa, que por sorpresa de ambos nuestras casas estaban cerca, y así pasaron unos meses, maravillosos.
Día a día, veía algo distinto en María José, no sé, creo que más pálida y muy cansada, eso sí que era raro, fue un día octubre, que no se presentó a clases; no le di muchas vueltas al asunto, tal vez había tenido un percance; pero cuando ese día, se convirtió en semanas, no había cosa que me tranquilizara… Las cartas que le escribía expresaban mi preocupación pero no había nadie que las leyera… Decidí ir a su casa, la ansiedad por saber de ella me tenía loco; todavía no había tocado el timbre, cuando salió una mujer, definitivamente era su madre, se parecían demasiado, aparentemente estaba muy apurada, me le acerqué, y me presenté. Le indiqué mis razones de estar allí, un poco nerviosa, me contestó que María José, no estaba yendo al colegio porque estaba internada en el hospital, me quedé paralizado, inmediatamente, le dije:
—Dígame, donde se encuentra ella, por favor.
Ella me dijo que justo salía para allí y que si deseaba le acompañara, el trayecto duró unos minutos, que a mi parecer fueron horas, llegando, inmediatamente corrí a su habitación, “310”, repetía en mi cabeza, al llegar la encontré recostada en una camilla, lucía serena; pero sus mejillas habían perdido color, me vio y sentí un destello en sus ojos.
—¡Hola! —me dijo.
Atiné a responderle igual, le platiqué mis preocupaciones y le entregué las cartas. Así fue cada día durante dos meses; pasaron tardes interminables, con sus risas mezcladas con las mías, días que solo reforzaron lo que sentía; pero una parte de mí no estaba tranquilo, ella no me quiso decir porque estaba internada. Respeté su decisión. Una tarde después de entregarle la carta, que prometí darle siempre, sentí algo distinto; estábamos hablando de qué haría al salir del hospital. Cuando de pronto sucedió, sus suaves labios impactaron con los míos, y por unos segundos sentí que había subido al cielo… paz; pero se alejó rápidamente, lágrimas cubrieron su rostro. Me dijo que me quería mucho, que no había conocido persona más tierna que yo; pero, tenía que contarme algo muy delicado, fue entonces que mi felicidad se fue.
—Necesito un trasplante de corazón y si no lo consigo, podría morir —me dijo entre sollozos.
No lo podía creer, ahora ¿Qué sucedería? no era egoísta como para pensar solo en mí; así que la consolé y juramos estar juntos por siempre o tal vez, lo más que Dios quiera…
Pasaron unos días y vi muy mal a María José, su semblante decaía más y más, trataba de alegrarle el día; pero a veces era casi imposible, su vida se consumía poco a poco y la mía con la suya; ella necesitaba un corazón, en realidad… los dos lo necesitábamos.
Era ya la hora del crepúsculo, y tenía que volver a casa, ella se despidió de una manera rara.
—¿Por qué parece que nos estamos despidiendo? —Le dije.
— Es lo que estamos haciendo —me respondió con una sonrisa, me fui…
Al día siguiente, mi peor pesadilla se hizo realidad, una llamada bastó, para romper en pedazos un corazón…
Hoy está allí sentada, su pelo negro rodea su espalda, como noche al cielo, sus rizos juguetean entre sí, desprendiendo, un suave olor a vainilla que inunda mis sentidos, su sonrisa ilumina como el sol, nada más brillante, nada más cálido, sus movimientos perfectos y sutiles, embrujan mi alma una y otra vez, miraba atenta la pizarra, comentando cada palabra de la Srta. Constanza, estábamos en el último año de la secundaria y había estado enamorado de María José desde que entramos en el primer año, aún recuerdo, la primera vez que la vi, pensé que me encontraba al frente de un ángel, tal vez venía a cuidarme pensé ¿O era acaso para torturarme?, con el tiempo entendí, que ella podría hacer las dos cosas, un día podía levantarme en el más alto pedestal o hundirme en la peor de las miserias, la única cosa que puedo afirmar irrevocablemente es que la amaba, tal vez sea un término muy apresurado para mi corta edad, pero no es acaso amor pensar todo el día en esa persona, no es caso sentir un cosquilleo en el estómago cada vez que nos habla y mira, no es acaso pensar en su bienestar antes del mío, si no es acaso eso, entonces no sé qué es…
—Sr. Rodríguez, Ud. que está tan atento ¿Cuál es el nombre de la zona en la que se encuentra el corazón? —me dijo la maestra Constanza.
¡Bruja!, dije para mis adentros, sabía perfectamente que se había dado cuenta que no que podía apartar la vista de María José, nervioso me paré; pero, la verdad no sabía qué decir, cuando de pronto escuché un susurro, casi inaudible: ¡Mediastino!, sabía que había sido ella, sin dudar de la respuesta la pronuncié en voz alta, la maestra se sorprendió; pero no me cuestionó, ya que, tenía una muy buena reputación con mis notas. En el recreo me acerqué a María José para darle las gracias, pero no pasó ni un momento, para que, me ponga nervioso, y me alejé, no pudiendo contenerme ¿Era acaso tan cobarde?, claro que lo era, solo basto un ‘Hola’, para que huyera, y era justo eso que me ponía tan triste, era una tortura infinita. Pensé en lo mismo el resto del día, ya en casa, me encerré en mi habitación, para por fin, seguir lo que ya hace semanas venía haciendo, así empecé con mi aventura de todas mis tardes a las 5:00 pm… después de mucho papel y tinta, mi corazón habló así:
Porque mi amor, es más que un te quiero,
porque mi amor es más que el infinito cielo
es tu amor, mi sueño,
es tu amor, mi callado anhelo,
son tus ojos, mi camino,
son tus ojos, mi destino.
Son tus labios, los que espero besar, porque en ellos, seré felicidad.
Son tus labios, mi debilidad, porque en ellos nada me importará
sé qué te parece atrevido,
pero pierdo la razón si no te miro
y es que soy un poeta ciego, ciego poeta, ciego pero de amor.
Tuyo
Guardé delicadamente la carta en mi mochila, por décimo novena vez, pero no pude dormir toda la noche, pensé, muy seriamente que ya era hora de mi declaración, ella tenía que saber lo que sentía… La mañana siguiente fui como de costumbre más temprano, para que al poner la carta en su casillero nadie se dé cuenta, durante toda la mañana rondaron en mi cabeza inseguridades, aun cuando vi como sonreía, al leerlo, entre sus cuadernos, sin que nadie se diera cuenta, excepto yo, que nunca apartaba la vista de ella…Debo decir, que ya hace semanas, que escribo una carta diaria a María José, pero esto me está empezando a costar mucho más de lo normal, ella está empezando a sospechar, y ya van dos veces que casi me atrapa; tengo que decírselo, antes que lo descubra… se lo diría mañana estaba decidido. El día llegó, con solo al acercarme mi corazón latía rápidamente, mis manos sudaban, por un momento dudé; pero, tenía que hacerlo me acerqué a ella, y le pregunté:
—Podíamos hablar?
—Sí claro —me dijo ella.
No sabía por dónde empezar, así que le entregué la carta que había escrito la noche anterior; ella me miró con emoción, me sonrió, y entonces sabía que ya se había dado cuenta, me atreví.
—Me preguntaba si te gustaría salir conmigo —-le dije.
Ella aún con la sonrisa en los labios, me dijo:
—Sí.
Además que le gustaban cada uno de mis poemas, que le había, enviado estas semanas, y me hizo prometer una cosa, que aún le entregaría cartas todos los días, y el alma, me volvió al cuerpo…
Habíamos quedado para el hoy, sábado, iríamos a pasear en bicicleta ¡Era perfecto! La tarde transcurrió con mucha normalidad, sentía que nos conocíamos hace muchos años; compré un helado, ella no paraba de sonreír y eso me encantaba, nos contamos anécdotas sin fin, y ya de anochecida, la acompañé a su casa, que por sorpresa de ambos nuestras casas estaban cerca, y así pasaron unos meses, maravillosos.
Día a día, veía algo distinto en María José, no sé, creo que más pálida y muy cansada, eso sí que era raro, fue un día octubre, que no se presentó a clases; no le di muchas vueltas al asunto, tal vez había tenido un percance; pero cuando ese día, se convirtió en semanas, no había cosa que me tranquilizara… Las cartas que le escribía expresaban mi preocupación pero no había nadie que las leyera… Decidí ir a su casa, la ansiedad por saber de ella me tenía loco; todavía no había tocado el timbre, cuando salió una mujer, definitivamente era su madre, se parecían demasiado, aparentemente estaba muy apurada, me le acerqué, y me presenté. Le indiqué mis razones de estar allí, un poco nerviosa, me contestó que María José, no estaba yendo al colegio porque estaba internada en el hospital, me quedé paralizado, inmediatamente, le dije:
—Dígame, donde se encuentra ella, por favor.
Ella me dijo que justo salía para allí y que si deseaba le acompañara, el trayecto duró unos minutos, que a mi parecer fueron horas, llegando, inmediatamente corrí a su habitación, “310”, repetía en mi cabeza, al llegar la encontré recostada en una camilla, lucía serena; pero sus mejillas habían perdido color, me vio y sentí un destello en sus ojos.
—¡Hola! —me dijo.
Atiné a responderle igual, le platiqué mis preocupaciones y le entregué las cartas. Así fue cada día durante dos meses; pasaron tardes interminables, con sus risas mezcladas con las mías, días que solo reforzaron lo que sentía; pero una parte de mí no estaba tranquilo, ella no me quiso decir porque estaba internada. Respeté su decisión. Una tarde después de entregarle la carta, que prometí darle siempre, sentí algo distinto; estábamos hablando de qué haría al salir del hospital. Cuando de pronto sucedió, sus suaves labios impactaron con los míos, y por unos segundos sentí que había subido al cielo… paz; pero se alejó rápidamente, lágrimas cubrieron su rostro. Me dijo que me quería mucho, que no había conocido persona más tierna que yo; pero, tenía que contarme algo muy delicado, fue entonces que mi felicidad se fue.
—Necesito un trasplante de corazón y si no lo consigo, podría morir —me dijo entre sollozos.
No lo podía creer, ahora ¿Qué sucedería? no era egoísta como para pensar solo en mí; así que la consolé y juramos estar juntos por siempre o tal vez, lo más que Dios quiera…
Pasaron unos días y vi muy mal a María José, su semblante decaía más y más, trataba de alegrarle el día; pero a veces era casi imposible, su vida se consumía poco a poco y la mía con la suya; ella necesitaba un corazón, en realidad… los dos lo necesitábamos.
Era ya la hora del crepúsculo, y tenía que volver a casa, ella se despidió de una manera rara.
—¿Por qué parece que nos estamos despidiendo? —Le dije.
— Es lo que estamos haciendo —me respondió con una sonrisa, me fui…
Al día siguiente, mi peor pesadilla se hizo realidad, una llamada bastó, para romper en pedazos un corazón…
Te quise, tal vez sin darme cuenta
te quise, a mi manera
te quiero, como a nadie
te quiero, con el alma
te querré, hasta la eternidad
te querré, sin cesar
hoy me voy; pero, sé que volveremos a vernos
gracias por hacerme reír aun cuando sabía mi destino,
y debes saber que siempre permaneceré contigo.
Tuya
Doblada suavemente, me la entregó su madre. Me dijo que ella lo había escrito hace ya unos días; tal vez prediciendo su deceso, es muy duro lo que me arrebataron; pero, me dejó esta carta, desde hoy mi mayor consuelo. La vida, traicionera y falaz, trajo consigo la mayor de mis desdichas, su muerte. Se ha marchado, maldita enfermedad, nuestro ‘juntos por siempre’ se convirtió en unos días. La despedía reúne a sus familiares y compañeros ¡Qué triste despedida!… una suave brisa, impulsa mis cabellos, el crepúsculo sin fin acompaña mis lamentos, el último rayo de sol toca mis mejillas, la última lágrima rodea mi rostro, el último recuerdo mata mi alma, la última carta revive mi dolor… y es que él último en irse, he sido yo, sintiendo de cerca…un suave olor a vainilla. Y es que en nuestra vida siempre fueron y serán eternas cartas de amor.
Seudónimo: Viana