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La historia comienza con Jacob, joven en sus plenos veintidós años, de padres casados y de raíces turcas, con una pequeña hermana de seis años, vive en una casa ubicada justo al frente de una escuela privada llamada San José, en una urbanización próxima a varias concesionarias de autos. Jacob todos los días al salir de casa en su Volkswagen escarabajo del setenta y dos miraba a la concesionaria de BMW de la esquina, observando aquel auto blanco como la leche le causaba una inundación de endorfinas en su cerebro. Por las mañanas trabajaba en la cafetería y después estudiaba en la universidad san Agustín. Cuál buen barrista novato, la leche y la esplenda se han vuelto parte importante de su vida. Solía abrir los pequeños paquetes de azúcar artificial que roba de la cafetería y poner un poco de aquel polvo entre su incisivo lateral y su incisivo central, saboreaba aquel sabor agridulce en su encía superior mientras que la leche cumplía un valor más simbólico desde que trabajaba en aquel local.
El blanco marfil se ha vuelto su color favorito al punto de pintar las uñas de sus pies de aquel color, pero lo recuerda bien era un lunes veintinueve de abril del dos mil catorce cuando dilucidó a las afueras de su cafetería a una bella joven de cabello dorado largo. Ella sostenía una bicicleta de carreras de máxima modernidad, su esbelta figura era comparable con el grosor de las ruedas de su bicicleta. Ella se estaba apoyando en el manillar como si esperara a alguien, una tranquilidad que nunca había conocido lo invadió rápidamente y sintió como si pudiera quedarse viendo a aquella inefable joven para siempre. Así lo hizo por varios segundos a través de la puerta de vidrio, intentó servir el último café que tenía encargado, pero se quedó atrás del mostrador viendo aquella serendipia que había llegado a su vida y que se encontraba a unos quince metros de él. Como al minuto y medio de verla ella mueve la cabeza mirando alrededor hasta clavar los ojos en la cafetería, hasta llegar a Jacob, él no se sintió digno de ser admirado de tan etéreo personaje. Ella lo mira y él a ella. Jacob por causa de los nervios levanta las cejas y las baja rápidamente, la joven lo sigue mirando y hasta pareciera que las canicas que tiene por ojos han dilatado su pupila pareciendo el personaje de alguna fantasía causada por el uso de estupefacientes.
Fue tan bueno, tan idealizado el momento; pero como todo lo bueno tiene su fin la joven mira abajo ajusta la pegatina de sus zapatos y se va caminando sosteniendo la bicicleta con las manos, Jacob se queda ahí, estuvo viendo al único amor platónico que tuvo en su vida por lo menos dos minutos y ella lo miró a él. Sobrecogido deja caer unas lágrimas pero sin llegar a llorar. No son lágrimas de tristeza sino de un sentimiento profundo, sus ojos se tornaron rojos pero siguió con sus actividades en la cafetería hasta la hora de salida cuando subió a su Volkswagen y partió rumbo a la universidad. Cuando estaba en la Av. Parra se puso a pensar en la muchacha y se alegró profundamente por haber sido lo suficientemente digno de haber sido la causa por la cual aquella joven gastó dos minutos de su tiempo prestándole atención, siguió su camino pero justo al llegar al óvalo de Vallecito se percató de algo: la chica llevaba zapatos especiales de esos que se enganchan a los pedales y que tienen toda una maquinaria en la plantilla. Si no están hechos para caminar entonces, ¿por qué se fue caminando si tenía la bici justo al lado? Que se le olvidara no era excusa se los había ajustado antes de irse. Fue entonces cuando Jacob saliendo de un pequeño túnel con la concesionaria de Ford al costado lo supo. Aquella joven sintió lo mismo que él.
El resto del día una gran seguridad lo motivó a tener una felicidad inesperada, en la vida había tenido pretendientes pero ella estaba a otro nivel. Regresa a casa y se va a los brazos de Morfeo abrasando su almohada con el recuerdo de aquella joven en la mente. Al día siguiente se levantó, se duchó y mientras se vestía vio en la televisión un especial de cuentos de terror con Anthony Burgués para el viernes en la noche se anunciaba. Mientras iba en su Volkswagen haciendo espacio en su agenda mental para el viernes en la noche, llegó a la cafetería. Deseaba volver a ver a la chica pero esta no se presentó durante toda la jornada.
—Antes del viernes en la noche volveré a verla como el lunes y disfrutaremos los cuentos de terror de Burgués y estaré feliz de haber fraternizado con mi único amor —musitó mientras preparaba un café.
Los días pasaron pero nada, tanto que llegó el miércoles de la próxima semana y fue ahí cuando su corazón se detuvo al ver a la joven entrar a la cafetería, no con su traje de licra sino con una sudadera gruesa y pantalones negros de algodón. Detrás de ella estaba un joven, ¿qué los unía?, prefirió no pensarlo. Jacob se sintió triste por un rato, pero luego su tristeza cambió por sorpresa al ver a la joven acercarse y le preguntó por los cafés que tenía. Jacob al recuperarse del escalofrío por ver a la mujer de sus sueños solo alcanzó a decir una lista de tres bebidas. La joven asintió y al mismo tiempo que se mordía los labios, luego tomó uno de los sobres de esplenda que había en la barra, lo abrió y se tragó todo el sobre.
—Los ciclistas debemos mantener un nivel de calorías para los entrenamientos —le comentó a Jacob en un tono amistoso.
Él sacó la esplenda que tenía en el bolsillo y le respondió:
—Yo también como esplenda pero lo mío es más por recreatividad.
Súbitamente la cafetería desapareció y ahora se encontraba en la clínica Arequipa y el rostro de la hermosa joven lentamente se transformó en el de una psiquiatra de cuarenta y seis años con bata blanca y Joseph no tenía una túnica de cafetería sino una bata verde y fue ahí cuando la doctora comenzó a referirse a la esplenda con el nombre de cocaína. De inmediato Joseph se volvió histérico y empezó a inquirir. ¿Por qué estaba ahí?, ¿quién era ella?, ¿qué había pasado? Llegaron dos hombres fornidos, agarraron a Joseph y le inyectaron un somnífero. Horas después, al despertar vio a un doctor de unos treinta y tantos sentado frente a él.
¬—Disculpe, ¿qué hago aquí? —interpeló Joseph.
—Eres un paciente Joseph y uno muy difícil, pero por fin hemos tenido éxito.
—¿Éxito de qué?
—De poder volverte a traer a la realidad. Joseph, eres un adulto de veintidós años, diagnosticado con esquizofrenia. Un día una banda de pandilleros apodados Bandidos Warros Nonatos te invitó un poco de cocaína. Por eso hablabas incongruencias y dibujabas escarabajos en todos lados, decías que tenías un escarabajo gigante que te llevaba de un lugar a otro. Tu familia te trajo y nos alegra tu progreso porque parecías hasta otra persona con otra personalidad y otra vida.
—¿Qué haré ahora?
—Estarás aquí por un tiempo, recibirás ayuda, verás a tu familia y te ajustarás a la realidad. Debes dejar de soñar, tu nombre es Joseph y no Jacob como decías en tus delirios y no existe ninguna mujer con bicicleta de carreras.
Mientras oía al doctor se asomó a la ventana y en el jardín miró a la joven de sus sueños estacionando su bicicleta de carreras.
El blanco marfil se ha vuelto su color favorito al punto de pintar las uñas de sus pies de aquel color, pero lo recuerda bien era un lunes veintinueve de abril del dos mil catorce cuando dilucidó a las afueras de su cafetería a una bella joven de cabello dorado largo. Ella sostenía una bicicleta de carreras de máxima modernidad, su esbelta figura era comparable con el grosor de las ruedas de su bicicleta. Ella se estaba apoyando en el manillar como si esperara a alguien, una tranquilidad que nunca había conocido lo invadió rápidamente y sintió como si pudiera quedarse viendo a aquella inefable joven para siempre. Así lo hizo por varios segundos a través de la puerta de vidrio, intentó servir el último café que tenía encargado, pero se quedó atrás del mostrador viendo aquella serendipia que había llegado a su vida y que se encontraba a unos quince metros de él. Como al minuto y medio de verla ella mueve la cabeza mirando alrededor hasta clavar los ojos en la cafetería, hasta llegar a Jacob, él no se sintió digno de ser admirado de tan etéreo personaje. Ella lo mira y él a ella. Jacob por causa de los nervios levanta las cejas y las baja rápidamente, la joven lo sigue mirando y hasta pareciera que las canicas que tiene por ojos han dilatado su pupila pareciendo el personaje de alguna fantasía causada por el uso de estupefacientes.
Fue tan bueno, tan idealizado el momento; pero como todo lo bueno tiene su fin la joven mira abajo ajusta la pegatina de sus zapatos y se va caminando sosteniendo la bicicleta con las manos, Jacob se queda ahí, estuvo viendo al único amor platónico que tuvo en su vida por lo menos dos minutos y ella lo miró a él. Sobrecogido deja caer unas lágrimas pero sin llegar a llorar. No son lágrimas de tristeza sino de un sentimiento profundo, sus ojos se tornaron rojos pero siguió con sus actividades en la cafetería hasta la hora de salida cuando subió a su Volkswagen y partió rumbo a la universidad. Cuando estaba en la Av. Parra se puso a pensar en la muchacha y se alegró profundamente por haber sido lo suficientemente digno de haber sido la causa por la cual aquella joven gastó dos minutos de su tiempo prestándole atención, siguió su camino pero justo al llegar al óvalo de Vallecito se percató de algo: la chica llevaba zapatos especiales de esos que se enganchan a los pedales y que tienen toda una maquinaria en la plantilla. Si no están hechos para caminar entonces, ¿por qué se fue caminando si tenía la bici justo al lado? Que se le olvidara no era excusa se los había ajustado antes de irse. Fue entonces cuando Jacob saliendo de un pequeño túnel con la concesionaria de Ford al costado lo supo. Aquella joven sintió lo mismo que él.
El resto del día una gran seguridad lo motivó a tener una felicidad inesperada, en la vida había tenido pretendientes pero ella estaba a otro nivel. Regresa a casa y se va a los brazos de Morfeo abrasando su almohada con el recuerdo de aquella joven en la mente. Al día siguiente se levantó, se duchó y mientras se vestía vio en la televisión un especial de cuentos de terror con Anthony Burgués para el viernes en la noche se anunciaba. Mientras iba en su Volkswagen haciendo espacio en su agenda mental para el viernes en la noche, llegó a la cafetería. Deseaba volver a ver a la chica pero esta no se presentó durante toda la jornada.
—Antes del viernes en la noche volveré a verla como el lunes y disfrutaremos los cuentos de terror de Burgués y estaré feliz de haber fraternizado con mi único amor —musitó mientras preparaba un café.
Los días pasaron pero nada, tanto que llegó el miércoles de la próxima semana y fue ahí cuando su corazón se detuvo al ver a la joven entrar a la cafetería, no con su traje de licra sino con una sudadera gruesa y pantalones negros de algodón. Detrás de ella estaba un joven, ¿qué los unía?, prefirió no pensarlo. Jacob se sintió triste por un rato, pero luego su tristeza cambió por sorpresa al ver a la joven acercarse y le preguntó por los cafés que tenía. Jacob al recuperarse del escalofrío por ver a la mujer de sus sueños solo alcanzó a decir una lista de tres bebidas. La joven asintió y al mismo tiempo que se mordía los labios, luego tomó uno de los sobres de esplenda que había en la barra, lo abrió y se tragó todo el sobre.
—Los ciclistas debemos mantener un nivel de calorías para los entrenamientos —le comentó a Jacob en un tono amistoso.
Él sacó la esplenda que tenía en el bolsillo y le respondió:
—Yo también como esplenda pero lo mío es más por recreatividad.
Súbitamente la cafetería desapareció y ahora se encontraba en la clínica Arequipa y el rostro de la hermosa joven lentamente se transformó en el de una psiquiatra de cuarenta y seis años con bata blanca y Joseph no tenía una túnica de cafetería sino una bata verde y fue ahí cuando la doctora comenzó a referirse a la esplenda con el nombre de cocaína. De inmediato Joseph se volvió histérico y empezó a inquirir. ¿Por qué estaba ahí?, ¿quién era ella?, ¿qué había pasado? Llegaron dos hombres fornidos, agarraron a Joseph y le inyectaron un somnífero. Horas después, al despertar vio a un doctor de unos treinta y tantos sentado frente a él.
¬—Disculpe, ¿qué hago aquí? —interpeló Joseph.
—Eres un paciente Joseph y uno muy difícil, pero por fin hemos tenido éxito.
—¿Éxito de qué?
—De poder volverte a traer a la realidad. Joseph, eres un adulto de veintidós años, diagnosticado con esquizofrenia. Un día una banda de pandilleros apodados Bandidos Warros Nonatos te invitó un poco de cocaína. Por eso hablabas incongruencias y dibujabas escarabajos en todos lados, decías que tenías un escarabajo gigante que te llevaba de un lugar a otro. Tu familia te trajo y nos alegra tu progreso porque parecías hasta otra persona con otra personalidad y otra vida.
—¿Qué haré ahora?
—Estarás aquí por un tiempo, recibirás ayuda, verás a tu familia y te ajustarás a la realidad. Debes dejar de soñar, tu nombre es Joseph y no Jacob como decías en tus delirios y no existe ninguna mujer con bicicleta de carreras.
Mientras oía al doctor se asomó a la ventana y en el jardín miró a la joven de sus sueños estacionando su bicicleta de carreras.
Seudónimo: Alexander Llanos