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El mar forma sus blancas olas. Siento la suave brisa salada en mi fino rostro, la paz inunda mis sentidos.
Al dejar el automóvil, mis pies buscan la arena tibia y se deleitan con ella. El calor posee mi cuerpo, lo llena de vida.
Mis ojos buscan la felicidad, pero en esta playa no hay una verdadera. Observo a las personas caminando despreocupadas de la vida, ríen pero siento que su sonrisa es falsa; bailan pero siento que no hallan el ritmo correspondiente; juegan pero siento que simulan divertirse. ¿Será que solo aparentan?
No venía aquí desde que mi vida cayó en picada, era hora de salir un rato de la monotonía y ser parte de algo único y perfecto.
Encontramos una parte lejos del gentío y sacamos la sombrilla de colores eléctricos y algunas toallas para poder echarnos a mirar hacia el infinito o soñar con él.
Mi padre, palpando la toalla rosa, me dijo:
—¡Siéntate aquí, cariño! —me senté en ella y observé a mis juguetones hermanos en la orilla del mar, con su pantalón doblado hasta las rodillas.
—¡Brad! No lo vuelvas a hacer o le diré a papá —decía la más menor de la familia.
Aunque Nora pareciera un ángel con sus mejillas rosaditas y ojos que te derriten como un helado en pleno verano, era muy manipuladora. Especialmente en los intercambios por dulces. Isabella, la penúltima, se divertía muchísimo.
—¡Maggie! ¡Papá! ¡Miren! ¡Brad ha atrapado un cangrejo y me lo ha regalado! —levantó al pequeño crustáceo y le hicimos señas para que llegara donde estábamos mi padre y yo y nos lo enseñara.
—Lo llamaré Sammi, ¿qué hay, Sammi? ¡Me encantas pequeño! —decía metiéndolo en un frasco. Te extrañaré mi pequeña protectora de animales.
Brad, por otro lado, se untaba la arena como si fuera protector solar y haciendo ademanes como si esta se lo estuviera devorando.
—¡Buh! ¡Blaaa! ¡Hiuu! —decía sacando la lengua y moviéndose de un lado para el otro. Todo por hacer reír a la pequeña Nora, que por poco llora de tanta risa.
Los veo muy felices y contentos, pero luego miro a papá y él tiene la mirada perdida en el interminable horizonte.
—¿Quisieras que mamá estuviera aquí con nosotros? —le pregunté sin más rodeos. Sus ojos encontraron los míos y una sonrisa iluminó su acabado rostro.
—Claro que sí, mi pequeña. ¡Ojala hubiera estado de acuerdo con que vinieras en estos últimos días! —dijo y me beso en mi cien.
—Ya regreso, ¿quieres algo de comer? —negué con mi cabeza y él fue directo al restaurante.
Observo y pienso en como yo destruí esta familia, en como la desuní y en como la perderé. Siento mucha tristeza por mis hermanos, mis padres y por mí. Por mis hermanos, porque sé que me extrañaran y yo a ellos, extrañare sus locuras, sus bromas pesadas y sobretodo su fraternidad ilimitada; por mis padres, porque aunque cometieron muchos errores, nunca me abandonaron cuando yo recaía, siempre estuvieron allí cuando más lo necesitaba; y por mí, porque no poder vivir como las demás chicas de quince años. No sabré que es el amor a primera vista, que es el amor puro e inocente. No sabré que se siente tener un admirador secreto, que cuando llegue a mi casillero encuentre cartas, rosas y chocolates en forma de corazón. No sabré que es tener amigos verdaderos, ir al cine, caminar y reír e ir a la universidad y saber que se siente que te rompan el corazón. Pero lo que más lamento es que no sabré qué es la vida, qué es vivir.
Me quedé un momento más sentada, escuchando cada sonido, cada oleaje, memorizando todo lo que me hace sentir una viva y latente esperanza. Quiero tocar el mar, sentir como el agua moja mis pies y los relaja. Sin más, me paro y voy hacia la orilla. Dudo antes de tocar el agua. ¿Estará bien aquello? No estoy segura, pero quiero sentir otra cosa que no sea inyecciones y bisturíes.
Al sentir el agua tibia, una electricidad recorre mi cuerpo. Cierro por un momento mis ojos y siento como cada poro de mi piel es llenado por los rayos de vida que el sol regala. Suspiro y deseo que todos los días fueran como este, solo paz y tranquilidad. Observo a las gaviotas que pasan por allí, despreocupadas y siguiendo su rumbo. También veo a mis tres hermanos y a mi padre que me están mirando muy sonrientes sobre la arena, abrazados y muy unidos.
De pronto, siento una mano sobre mi hombro derecho. Inundada por la sorpresa, volteo rápidamente y veo a una mujer con ojos que desbordan comprensión y una sonrisa como si fuera un abrazo cálido.
—¡Mamá! ¡Has venido! —decía y sentía mis mejillas llenas de lágrimas.
Mi madre me carga y me abraza muy amorosamente.
—Siempre estaré para ti, Maggie —ambas nos besamos en las mejillas y corrimos con fuerza hacia donde estaban los demás, nos abrazamos y sentí que estábamos más unidos que nunca.
Y entonces, todo cobró sentido. Mis ojos ahora buscan la felicidad, y en esta playa ya la hay. Observo a las personas que ríen y su sonrisa no es falsa; que bailan y ya le hallan el ritmo correspondiente; juegan y ahora si se divierten muchísimo. ¿Faltaba ella? Si, solo faltaba ella para que todo este de nuevo en su lugar, como debe ser. Los veo y sé que voy a estar siempre con ellos y ellos conmigo. Y ahora ya sé que estoy lista, lista para dejarlos y que sean felices, que cada uno sea protagonista de su propia vida y que yo no reine en ellas.
Llegamos al hospital y volvimos a la realidad.
Las enfermeras nos reciben afuera y me llevan adentro para darme un baño. Después de aquello, vuelvo a sentir la fría aguja entrando en mi vena y el suero recorriéndola. Suena el “bip” que aún indica que sigo con vida y observo como la nueva enfermera inyecta mis medicamentos en la intravenosa.
Le pedí a la enfermera que me diera un bolígrafo y un par de hojas de papel. Ella me los trajo al instante y me dejo sola. Quería darle algo a mamá, algo que le permitiera que siga con su vida. No quiero que este estancada con mi partida.
Pasadas varias horas de buscar las palabras correctas, guardé el bolígrafo y escondí la carta debajo de mi almohada.
Me acomodé para tomar mi siesta, pero fue muy difícil conciliar mi sueño. Últimamente todo se ha vuelto más complicado. En fin, creo que ese es el comienzo de estar muriéndose.
Al despertar, encontré a mi madre acariciando mi cabeza pelada y observándome muy detenidamente.
—¡Buenos días, princesa! ¿Qué tal descansaste? —la vi y parecía más relajada de lo normal. Le conté que la veía más radiante y ella sonrió.
Llegó el doctor y se llevó a mi madre afuera de mi habitación. Ya sabía lo que iba a decirle.
Pasó media hora y mi madre entró con su alma hecha añicos, con un pañuelo en la mano y sus ojos llenos de lágrimas.
—Mi pequeña… tengo que… decirte algo… —me dijo todo lo que el doctor le había informado.
De cierta manera, no me afecto mucho. Creo que en mi subconsciente existía esa posibilidad. La posibilidad de morir dentro de unos cuantos días.
Ella me besó constantemente en la frente, y no paraba de derramar lágrimas.
—¿Cómo le dices al ser que te dio la vida que ya es hora de irte? —le dije mientras me abrazaba. Ella no respondió a mi pregunta, solo se quedó allí, llorando y rogando a Dios.
Pasaron dos días desde que me informaron de mi muerte, y empiezo a sentirme más fatigada de lo normal. Mis ojos se cierran constantemente, digo cosas incoherentes y confundo la realidad con mi imaginación. No tengo hambre, y a veces solo divago pensando en lo que fue o pudo ser. Ya estoy yéndome y no puedo evitarlo.
Una noche, reuní todas mis fuerzas y saque debajo de mi almohada la carta, y le dije a mi madre, casi como un susurro, que no la leyera hasta después de que me haya ido. Ella me lo promete y cierro lentamente los ojos, ya no tengo fuerzas. Caigo en el infinito sueño de muerte.
“Querida Mamá:
Hoy tuve un día increíble, compartí sonrisas con mis hermanos y me divertí como nunca antes. Brad atrapó un cangrejo y se la regaló a Isabella. Es un crustáceo escurridizo. Sé que no estuviste de acuerdo con mi deseo de ir a la playa, pero quise sentirme de nuevo con vida. Siempre quisiste protegerme, aun si eso implicaba no darles mucha importancia a mis hermanos; siempre sentí tu amor incondicional y también tu esfuerzo por tratar de encontrar la cura. Fuiste perseverante, y eso te convierte en una buena madre, la mejor del mundo. Ahora, con mi partida, no quisiera que siguas viviendo en el pasado, recordando cada momento junto a mí. Yo quisiera que seas la mujer fuerte y correcta que Brad necesita, la mujer dulce y comprensiva que Isabella tiene y la mamá fiel y amorosa que Nora ansía tener. No te pido que me olvides, solo te pido que sigas con tu vida, porque yo ya no estaré enferma y no tendré cáncer. Yo estaré bien y seré su ángel guardián que cada noche pasa a verlos descansar. Te amo.
Maggie”
Mi madre leyó la carta y se la llevó directamente al corazón, sabe que nunca la dejaré y ella nunca me dejará.
Seudónimo: Fiorell
Al dejar el automóvil, mis pies buscan la arena tibia y se deleitan con ella. El calor posee mi cuerpo, lo llena de vida.
Mis ojos buscan la felicidad, pero en esta playa no hay una verdadera. Observo a las personas caminando despreocupadas de la vida, ríen pero siento que su sonrisa es falsa; bailan pero siento que no hallan el ritmo correspondiente; juegan pero siento que simulan divertirse. ¿Será que solo aparentan?
No venía aquí desde que mi vida cayó en picada, era hora de salir un rato de la monotonía y ser parte de algo único y perfecto.
Encontramos una parte lejos del gentío y sacamos la sombrilla de colores eléctricos y algunas toallas para poder echarnos a mirar hacia el infinito o soñar con él.
Mi padre, palpando la toalla rosa, me dijo:
—¡Siéntate aquí, cariño! —me senté en ella y observé a mis juguetones hermanos en la orilla del mar, con su pantalón doblado hasta las rodillas.
—¡Brad! No lo vuelvas a hacer o le diré a papá —decía la más menor de la familia.
Aunque Nora pareciera un ángel con sus mejillas rosaditas y ojos que te derriten como un helado en pleno verano, era muy manipuladora. Especialmente en los intercambios por dulces. Isabella, la penúltima, se divertía muchísimo.
—¡Maggie! ¡Papá! ¡Miren! ¡Brad ha atrapado un cangrejo y me lo ha regalado! —levantó al pequeño crustáceo y le hicimos señas para que llegara donde estábamos mi padre y yo y nos lo enseñara.
—Lo llamaré Sammi, ¿qué hay, Sammi? ¡Me encantas pequeño! —decía metiéndolo en un frasco. Te extrañaré mi pequeña protectora de animales.
Brad, por otro lado, se untaba la arena como si fuera protector solar y haciendo ademanes como si esta se lo estuviera devorando.
—¡Buh! ¡Blaaa! ¡Hiuu! —decía sacando la lengua y moviéndose de un lado para el otro. Todo por hacer reír a la pequeña Nora, que por poco llora de tanta risa.
Los veo muy felices y contentos, pero luego miro a papá y él tiene la mirada perdida en el interminable horizonte.
—¿Quisieras que mamá estuviera aquí con nosotros? —le pregunté sin más rodeos. Sus ojos encontraron los míos y una sonrisa iluminó su acabado rostro.
—Claro que sí, mi pequeña. ¡Ojala hubiera estado de acuerdo con que vinieras en estos últimos días! —dijo y me beso en mi cien.
—Ya regreso, ¿quieres algo de comer? —negué con mi cabeza y él fue directo al restaurante.
Observo y pienso en como yo destruí esta familia, en como la desuní y en como la perderé. Siento mucha tristeza por mis hermanos, mis padres y por mí. Por mis hermanos, porque sé que me extrañaran y yo a ellos, extrañare sus locuras, sus bromas pesadas y sobretodo su fraternidad ilimitada; por mis padres, porque aunque cometieron muchos errores, nunca me abandonaron cuando yo recaía, siempre estuvieron allí cuando más lo necesitaba; y por mí, porque no poder vivir como las demás chicas de quince años. No sabré que es el amor a primera vista, que es el amor puro e inocente. No sabré que se siente tener un admirador secreto, que cuando llegue a mi casillero encuentre cartas, rosas y chocolates en forma de corazón. No sabré que es tener amigos verdaderos, ir al cine, caminar y reír e ir a la universidad y saber que se siente que te rompan el corazón. Pero lo que más lamento es que no sabré qué es la vida, qué es vivir.
Me quedé un momento más sentada, escuchando cada sonido, cada oleaje, memorizando todo lo que me hace sentir una viva y latente esperanza. Quiero tocar el mar, sentir como el agua moja mis pies y los relaja. Sin más, me paro y voy hacia la orilla. Dudo antes de tocar el agua. ¿Estará bien aquello? No estoy segura, pero quiero sentir otra cosa que no sea inyecciones y bisturíes.
Al sentir el agua tibia, una electricidad recorre mi cuerpo. Cierro por un momento mis ojos y siento como cada poro de mi piel es llenado por los rayos de vida que el sol regala. Suspiro y deseo que todos los días fueran como este, solo paz y tranquilidad. Observo a las gaviotas que pasan por allí, despreocupadas y siguiendo su rumbo. También veo a mis tres hermanos y a mi padre que me están mirando muy sonrientes sobre la arena, abrazados y muy unidos.
De pronto, siento una mano sobre mi hombro derecho. Inundada por la sorpresa, volteo rápidamente y veo a una mujer con ojos que desbordan comprensión y una sonrisa como si fuera un abrazo cálido.
—¡Mamá! ¡Has venido! —decía y sentía mis mejillas llenas de lágrimas.
Mi madre me carga y me abraza muy amorosamente.
—Siempre estaré para ti, Maggie —ambas nos besamos en las mejillas y corrimos con fuerza hacia donde estaban los demás, nos abrazamos y sentí que estábamos más unidos que nunca.
Y entonces, todo cobró sentido. Mis ojos ahora buscan la felicidad, y en esta playa ya la hay. Observo a las personas que ríen y su sonrisa no es falsa; que bailan y ya le hallan el ritmo correspondiente; juegan y ahora si se divierten muchísimo. ¿Faltaba ella? Si, solo faltaba ella para que todo este de nuevo en su lugar, como debe ser. Los veo y sé que voy a estar siempre con ellos y ellos conmigo. Y ahora ya sé que estoy lista, lista para dejarlos y que sean felices, que cada uno sea protagonista de su propia vida y que yo no reine en ellas.
Llegamos al hospital y volvimos a la realidad.
Las enfermeras nos reciben afuera y me llevan adentro para darme un baño. Después de aquello, vuelvo a sentir la fría aguja entrando en mi vena y el suero recorriéndola. Suena el “bip” que aún indica que sigo con vida y observo como la nueva enfermera inyecta mis medicamentos en la intravenosa.
Le pedí a la enfermera que me diera un bolígrafo y un par de hojas de papel. Ella me los trajo al instante y me dejo sola. Quería darle algo a mamá, algo que le permitiera que siga con su vida. No quiero que este estancada con mi partida.
Pasadas varias horas de buscar las palabras correctas, guardé el bolígrafo y escondí la carta debajo de mi almohada.
Me acomodé para tomar mi siesta, pero fue muy difícil conciliar mi sueño. Últimamente todo se ha vuelto más complicado. En fin, creo que ese es el comienzo de estar muriéndose.
Al despertar, encontré a mi madre acariciando mi cabeza pelada y observándome muy detenidamente.
—¡Buenos días, princesa! ¿Qué tal descansaste? —la vi y parecía más relajada de lo normal. Le conté que la veía más radiante y ella sonrió.
Llegó el doctor y se llevó a mi madre afuera de mi habitación. Ya sabía lo que iba a decirle.
Pasó media hora y mi madre entró con su alma hecha añicos, con un pañuelo en la mano y sus ojos llenos de lágrimas.
—Mi pequeña… tengo que… decirte algo… —me dijo todo lo que el doctor le había informado.
De cierta manera, no me afecto mucho. Creo que en mi subconsciente existía esa posibilidad. La posibilidad de morir dentro de unos cuantos días.
Ella me besó constantemente en la frente, y no paraba de derramar lágrimas.
—¿Cómo le dices al ser que te dio la vida que ya es hora de irte? —le dije mientras me abrazaba. Ella no respondió a mi pregunta, solo se quedó allí, llorando y rogando a Dios.
Pasaron dos días desde que me informaron de mi muerte, y empiezo a sentirme más fatigada de lo normal. Mis ojos se cierran constantemente, digo cosas incoherentes y confundo la realidad con mi imaginación. No tengo hambre, y a veces solo divago pensando en lo que fue o pudo ser. Ya estoy yéndome y no puedo evitarlo.
Una noche, reuní todas mis fuerzas y saque debajo de mi almohada la carta, y le dije a mi madre, casi como un susurro, que no la leyera hasta después de que me haya ido. Ella me lo promete y cierro lentamente los ojos, ya no tengo fuerzas. Caigo en el infinito sueño de muerte.
“Querida Mamá:
Hoy tuve un día increíble, compartí sonrisas con mis hermanos y me divertí como nunca antes. Brad atrapó un cangrejo y se la regaló a Isabella. Es un crustáceo escurridizo. Sé que no estuviste de acuerdo con mi deseo de ir a la playa, pero quise sentirme de nuevo con vida. Siempre quisiste protegerme, aun si eso implicaba no darles mucha importancia a mis hermanos; siempre sentí tu amor incondicional y también tu esfuerzo por tratar de encontrar la cura. Fuiste perseverante, y eso te convierte en una buena madre, la mejor del mundo. Ahora, con mi partida, no quisiera que siguas viviendo en el pasado, recordando cada momento junto a mí. Yo quisiera que seas la mujer fuerte y correcta que Brad necesita, la mujer dulce y comprensiva que Isabella tiene y la mamá fiel y amorosa que Nora ansía tener. No te pido que me olvides, solo te pido que sigas con tu vida, porque yo ya no estaré enferma y no tendré cáncer. Yo estaré bien y seré su ángel guardián que cada noche pasa a verlos descansar. Te amo.
Maggie”
Mi madre leyó la carta y se la llevó directamente al corazón, sabe que nunca la dejaré y ella nunca me dejará.
Seudónimo: Fiorell