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Hacía frío, aunque los rayos del atardecer se colaban entre las cortinas para posarse sobre Pedro, que temblando, se ahogaba entre lágrimas y palabras, su calvario había empezado.
Pedro tenía doce años cuando su padre murió, por lo que su madre y él quedaron a manos de su tío paterno, como único hijo se dedicó a cuidar la salud de su madre, que cada día decaía más por la depresión y el alcohol. Por las mañanas repartía periódicos y mayormente llegaba a tiempo para los castigos de su impuntualidad, pero a él no le importaba. De camino a casa compraba vegetales y carne para preparar el almuerzo a su madre y a veces también a su tío.
El tío de Pedro era un viejo regordete acabado por la bebida, de ojos amarillos y boca grotesca; Trabajaba en la mina y siempre que bajaba, ebrio, maltrataba al pequeño y su madre, pero no podían hacer nada al respecto ya que no tenían a nadie más.
Pedro siempre tenía problemas en la escuela por indisciplina, no hacia tareas y sus compañeros se burlaban de él por ser pobre. Cierto día, harto de todos, falto al colegio y se fue a deambular por las calles; De ida a casa, caminando por la carretera, escuchó pequeños ladridos y aullidos que venían de una cajita de cartón junto a la basura, se apresuró en abrirla y encontró un cachorrito peruano, estaba flaco, temblaba y sus ojos estaban llenos de lagaña, se sintió desnudo frente a él, conmovido, se lo llevo.
Su madre sabia por los problemas que pasaba su hijo, así que lo menos que podía tener Pedro era una mascota, ambos acordaron llamarlo coronel.
El pequeño peruano fue el primer amigo que tuvo Pedro, era el amor encarnado, lo quería demasiado. Por las mañanas se lo llevaba en su mochila a repartir periódicos, luego volvía le dejaba comida y lo encerraba para que no ensuciase la casa. Siempre que volvía del colegio coronel se aventaba a besarlo y abrazarlo. Pedro sentía su vida más dulce y las cosas empezaron a mejorar.
La madre consiguió trabajo para que Pedro se preocupara más por sus estudios, no quería que llevara todo el peso encima; Además, había notado lo feliz que era con el cachorro y quería que así sea siempre. Por un momento recupera la esperanza de una nueva vida.
El tío cada vez que bajaba de la mina, renegaba por el perro; Pedro pensaba que los perros podían ver el alma y que coronel detestaba a su tío tanto como él, así que el disfrutaba ver como Coronel corría a enseñarle los dientes. Pero lamentablemente los adultos buscan soluciones rápidas a sus insignificantes vidas.
Su tío se quejó con su madre sobre el perro, decía que no le dejaba descansar, que ella y su hijo eran unos malagradecidos después de la hospitalidad que él les había brindado, ocupándose de ellos. La madre no podía hacer más que escuchar y callar, le decía siempre a Pedro que callara al perro para que no fastidiase al fanfarrón.
Un día cuando Pedro volvía del colegio, vio a su tío esperándolo en la puerta, de inmediato se dio cuenta que algo iba mal, entro corriendo al cuarto de su madre, la encontró llorando y desnuda al filo de la cama. Se apresuró a consolarla y a preguntarle qué pasaba mientras ella se curaba las heridas, apenas podía hablar.
—Disculpa a tu pobre madre por no ser una buena, por favor discúlpame… no pude hacer nada.
Pedro le preguntó por coronel, casi adivinando la respuesta, ella respondió:
—Está tirado en el patio, tu tío lo mató a golpes, porque le mordió.
Pedro perplejo, caminó hacia el patio.
Su amigo daba aún sus últimos alientos de vida, tenía el estómago destrozado y su boca chorreaba sangre, lo tomó en sus brazos y murió. Se levantó temblando, cargó el cuerpecito frío y fue hasta donde su tío.
Lo encontró tomando en la sala, se le salieron amargas lágrimas en silencio, no entendía porque los adultos destruían todo, porque su padre murió, porque su madre dejaba que su tío la violara, repudió a todo el mundo, nada tenía sentido y con un odio visceral habló:
—Espero verte morir —decía, con su voz titiritante y quebrada que con mucho esfuerzo trataba de mantener.
—Cállate y déjame beber mocoso.
Sin duda el tío de Pedro olvidara ese día; Pero, Pedro no, ya no era un niño, Pedro aprendió a odiar.
Pedro tenía doce años cuando su padre murió, por lo que su madre y él quedaron a manos de su tío paterno, como único hijo se dedicó a cuidar la salud de su madre, que cada día decaía más por la depresión y el alcohol. Por las mañanas repartía periódicos y mayormente llegaba a tiempo para los castigos de su impuntualidad, pero a él no le importaba. De camino a casa compraba vegetales y carne para preparar el almuerzo a su madre y a veces también a su tío.
El tío de Pedro era un viejo regordete acabado por la bebida, de ojos amarillos y boca grotesca; Trabajaba en la mina y siempre que bajaba, ebrio, maltrataba al pequeño y su madre, pero no podían hacer nada al respecto ya que no tenían a nadie más.
Pedro siempre tenía problemas en la escuela por indisciplina, no hacia tareas y sus compañeros se burlaban de él por ser pobre. Cierto día, harto de todos, falto al colegio y se fue a deambular por las calles; De ida a casa, caminando por la carretera, escuchó pequeños ladridos y aullidos que venían de una cajita de cartón junto a la basura, se apresuró en abrirla y encontró un cachorrito peruano, estaba flaco, temblaba y sus ojos estaban llenos de lagaña, se sintió desnudo frente a él, conmovido, se lo llevo.
Su madre sabia por los problemas que pasaba su hijo, así que lo menos que podía tener Pedro era una mascota, ambos acordaron llamarlo coronel.
El pequeño peruano fue el primer amigo que tuvo Pedro, era el amor encarnado, lo quería demasiado. Por las mañanas se lo llevaba en su mochila a repartir periódicos, luego volvía le dejaba comida y lo encerraba para que no ensuciase la casa. Siempre que volvía del colegio coronel se aventaba a besarlo y abrazarlo. Pedro sentía su vida más dulce y las cosas empezaron a mejorar.
La madre consiguió trabajo para que Pedro se preocupara más por sus estudios, no quería que llevara todo el peso encima; Además, había notado lo feliz que era con el cachorro y quería que así sea siempre. Por un momento recupera la esperanza de una nueva vida.
El tío cada vez que bajaba de la mina, renegaba por el perro; Pedro pensaba que los perros podían ver el alma y que coronel detestaba a su tío tanto como él, así que el disfrutaba ver como Coronel corría a enseñarle los dientes. Pero lamentablemente los adultos buscan soluciones rápidas a sus insignificantes vidas.
Su tío se quejó con su madre sobre el perro, decía que no le dejaba descansar, que ella y su hijo eran unos malagradecidos después de la hospitalidad que él les había brindado, ocupándose de ellos. La madre no podía hacer más que escuchar y callar, le decía siempre a Pedro que callara al perro para que no fastidiase al fanfarrón.
Un día cuando Pedro volvía del colegio, vio a su tío esperándolo en la puerta, de inmediato se dio cuenta que algo iba mal, entro corriendo al cuarto de su madre, la encontró llorando y desnuda al filo de la cama. Se apresuró a consolarla y a preguntarle qué pasaba mientras ella se curaba las heridas, apenas podía hablar.
—Disculpa a tu pobre madre por no ser una buena, por favor discúlpame… no pude hacer nada.
Pedro le preguntó por coronel, casi adivinando la respuesta, ella respondió:
—Está tirado en el patio, tu tío lo mató a golpes, porque le mordió.
Pedro perplejo, caminó hacia el patio.
Su amigo daba aún sus últimos alientos de vida, tenía el estómago destrozado y su boca chorreaba sangre, lo tomó en sus brazos y murió. Se levantó temblando, cargó el cuerpecito frío y fue hasta donde su tío.
Lo encontró tomando en la sala, se le salieron amargas lágrimas en silencio, no entendía porque los adultos destruían todo, porque su padre murió, porque su madre dejaba que su tío la violara, repudió a todo el mundo, nada tenía sentido y con un odio visceral habló:
—Espero verte morir —decía, con su voz titiritante y quebrada que con mucho esfuerzo trataba de mantener.
—Cállate y déjame beber mocoso.
Sin duda el tío de Pedro olvidara ese día; Pero, Pedro no, ya no era un niño, Pedro aprendió a odiar.
Seudónimo: Amante Marchita