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Estas palabras son las preguntas de tu ausencia.
La noche es sorda, te llevaste mi fe con epitafios blancos y su nombre en tu frente arrugada.
Hoy escupo al cielo y no espero una sonrisa de vuelta.
En mis huesos habita un demonio que reza día y noche por mí.
Hay un dios enfermo.
Dios mío; sabes muy bien que no guardo nada para ti, sólo pobres pesadillas.
Un par de dados negros y la noche de tus ojos.
Ya no creo en tu sombra y tu aliento olor a ceniza, ya no.
Perdóname señor de señores, si esta noche enciendo una fogata con tus libros sagrados. Perdóname si tomo las mujeres que despreciaste, supongo que ya no gozaré del mar rojo donde moran tus peces, supongo.
Entonces me sentaré a esperar tu venida, cogeré mi lápiz maldito y dejaré que el silencio derrumbe mis palabras.
Tal parece señor que soy el último capítulo de tu vida.
Sé que soy el cáncer de tus huesos, y que sin duda soy el mejor mal.
Qué esperas dios mío, ya pronunciaste mi nombre. Sólo debes escribirlo.
¡HÁGASE TU VOLUNTAD MALDITA SEA!
Es de madrugada, y parezco un poco ceniza en un lugar donde el fuego se hace fuego y tu olvido se hace costumbre.
Con este andar me voy pudriendo, y mi sangre se derrama en tus pies muy pronto todo se hará polvo.
Sólo te pido una cosa dios mío, quiero que mi última mirada sea el silencio de tus palabras orándome.
Tú me conoces muy bien, por eso señor olvídame.
¡No pierdas el tiempo conmigo!
Soy tu imagen; escueto hasta el alma olvidado entre hojas perpetuas que parecen no dejarte descansar por mis males.
Sé que a estas horas rezas por mí, dices que deje esos papiros que saben la verdad de tus huesos y tu verdadero llanto. Me imploras un verso obsceno con palabras que ocultas bajo tu túnica astral.
A veces quiero que te acuerdes de mí, a veces quiero ser dios o poeta. Pero cada mañana vuelvo a ser yo.
Te escribo envenenando y las silabas sólo lloran. Calla mis manos por favor, para que al despertar reconozca en mí el rostro que llevo conmigo.
Nadie más puede ocupar tu lugar. Como también nadie puedo ocupar el lugar de estas palabras. Porque eres mi voz y mi palpitar. Porque soy el único que puede ordenar este caos.
Casi lo olvido, te pido una vez más señor. Ya no gastes tus uñas peinando mis cabellos de humo, secando mi frente de malas palabras. ¡YA NO!
Sólo cabe dios en este poco de versos
Estas palabras son las preguntas de tu ausencia.
La noche es sorda, te llevaste mi fe con epitafios blancos y su nombre en tu frente arrugada.
Hoy escupo al cielo y no espero una sonrisa de vuelta.
En mis huesos habita un demonio que reza día y noche por mí.
Hay un dios enfermo.
Dios mío; sabes muy bien que no guardo nada para ti, sólo pobres pesadillas.
Un par de dados negros y la noche de tus ojos.
Ya no creo en tu sombra y tu aliento olor a ceniza, ya no.
Perdóname señor de señores, si esta noche enciendo una fogata con tus libros sagrados. Perdóname si tomo las mujeres que despreciaste, supongo que ya no gozaré del mar rojo donde moran tus peces, supongo.
Entonces me sentaré a esperar tu venida, cogeré mi lápiz maldito y dejaré que el silencio derrumbe mis palabras.
Tal parece señor que soy el último capítulo de tu vida.
Sé que soy el cáncer de tus huesos, y que sin duda soy el mejor mal.
Qué esperas dios mío, ya pronunciaste mi nombre. Sólo debes escribirlo.
¡HÁGASE TU VOLUNTAD MALDITA SEA!
Es de madrugada, y parezco un poco ceniza en un lugar donde el fuego se hace fuego y tu olvido se hace costumbre.
Con este andar me voy pudriendo, y mi sangre se derrama en tus pies muy pronto todo se hará polvo.
Sólo te pido una cosa dios mío, quiero que mi última mirada sea el silencio de tus palabras orándome.
Tú me conoces muy bien, por eso señor olvídame.
¡No pierdas el tiempo conmigo!
Soy tu imagen; escueto hasta el alma olvidado entre hojas perpetuas que parecen no dejarte descansar por mis males.
Sé que a estas horas rezas por mí, dices que deje esos papiros que saben la verdad de tus huesos y tu verdadero llanto. Me imploras un verso obsceno con palabras que ocultas bajo tu túnica astral.
A veces quiero que te acuerdes de mí, a veces quiero ser dios o poeta. Pero cada mañana vuelvo a ser yo.
Te escribo envenenando y las silabas sólo lloran. Calla mis manos por favor, para que al despertar reconozca en mí el rostro que llevo conmigo.
Nadie más puede ocupar tu lugar. Como también nadie puedo ocupar el lugar de estas palabras. Porque eres mi voz y mi palpitar. Porque soy el único que puede ordenar este caos.
Casi lo olvido, te pido una vez más señor. Ya no gastes tus uñas peinando mis cabellos de humo, secando mi frente de malas palabras. ¡YA NO!
Seudónimo: Sir Lenzath