[Volver al índice de obras]
Ahí yacía el macilento cuerpo del hombre deprimido, rodeado de confusión y melancolía, escena impresionante a cualquiera que la presenciase, bella, tétrica e indignante. Como si todo se hubiera preparado para el funesto día en el que el desafortunado me conociese.
Tenía la mirada perdida, no sabré si se aferraba a la vida, con los ojos hundidos y el labio partido, el hombre improvisó una despedida. El rostro del muerto estaba empapado con las lágrimas de su prometida, y esta pedía ayuda como si algo se pudiera hacer, mi ineludible presencia responde.
Me topé con sus ojos abiertos, encontrándose con el arrebol como si su mirada buscase el paraíso, pero decepcionada se concentrase en el atardecer, lugar que su amada ocupó después, la sangre al encontrarse con sus labios se escondía tras la sombra de su silueta, su cuello ligeramente inclinado como huyendo de su destino.
Rozando su cuerpo, su alma en silencio, confundiose con el viento y buscó en mi inesperada elegancia, un escape de la escena rancia. No existía.
Mi mirada traspasa su cuerpo, y perdida en la iridiscencia encontré al autor del sonido melifluo en el que los mortales se pierden cuando se permiten respirar, su mente viva y concentrada en su arte, al igual que su cuerpo.
Pocos admiran la melodía mientras el pianista aún orgulloso, finaliza la pieza, buscaba una mirada, Decepcionado al no encontrarla, su mente, ahora rota le hizo retirarse del lugar, casi huyendo, perturbado pues la escena se repetía cada anochecer.
Se dirigía a su refugio, huyendo de su propia frustración, un pequeño lugar situado en una zona casi tan olvidada como él, en este se encontró a aquel que solía leer su mente, mas ahora se encontraba tan lejos de conocerle. Se echó a llorar sobre el hombro de su amigo, dejándose caer en este. Cantó:
Las calles silenciosas, se vieron perturbadas por el grito de un hombre, seguido de un estruendo.
Y el chisme andante en su instinto maquiavélico de enterarse de lo personal se acercó cual jauría hambrienta a ver lo que había pasado.
Me dirigí hacia el lugar en el que todo empezó.
Ahí yacía el macilento cuerpo del hombre completamente solitario, más muerto no estaba, aún.
Me acerqué a él, Rozando ligeramente la oz con su cuerpo, su alma se retorció, el alma del pianista, calmada, se acercó a mi como si mi presencia no le perturbase en absoluto, recorrió la habitación y finalmente al toparme con su mirada, encontré satisfacción.
Tenía la mirada perdida, no sabré si se aferraba a la vida, con los ojos hundidos y el labio partido, el hombre improvisó una despedida. El rostro del muerto estaba empapado con las lágrimas de su prometida, y esta pedía ayuda como si algo se pudiera hacer, mi ineludible presencia responde.
Me topé con sus ojos abiertos, encontrándose con el arrebol como si su mirada buscase el paraíso, pero decepcionada se concentrase en el atardecer, lugar que su amada ocupó después, la sangre al encontrarse con sus labios se escondía tras la sombra de su silueta, su cuello ligeramente inclinado como huyendo de su destino.
Rozando su cuerpo, su alma en silencio, confundiose con el viento y buscó en mi inesperada elegancia, un escape de la escena rancia. No existía.
Mi mirada traspasa su cuerpo, y perdida en la iridiscencia encontré al autor del sonido melifluo en el que los mortales se pierden cuando se permiten respirar, su mente viva y concentrada en su arte, al igual que su cuerpo.
Pocos admiran la melodía mientras el pianista aún orgulloso, finaliza la pieza, buscaba una mirada, Decepcionado al no encontrarla, su mente, ahora rota le hizo retirarse del lugar, casi huyendo, perturbado pues la escena se repetía cada anochecer.
Se dirigía a su refugio, huyendo de su propia frustración, un pequeño lugar situado en una zona casi tan olvidada como él, en este se encontró a aquel que solía leer su mente, mas ahora se encontraba tan lejos de conocerle. Se echó a llorar sobre el hombro de su amigo, dejándose caer en este. Cantó:
Quiero sentir el silencio en mis venas muertas
y en mi piel gris callada
quiero que mi cara sea un área desierta
para quien busque alguna mirada.
Pues me ahogo en la inmarcesible nostalgia
que por lo contrario a mi si me deja marchitar
cruel, ¡Oh! Cruenta nostalgia
llena de recuerdos que no puedo alcanzar.
Pero más cruel la vida o el amor que se escapa
el amor que se escurre que le huye a mi alma
cuan cruel el destino de hacérmelo solo,
solito el camino de un hombre sin calma.
gemela.
Las calles silenciosas, se vieron perturbadas por el grito de un hombre, seguido de un estruendo.
Y el chisme andante en su instinto maquiavélico de enterarse de lo personal se acercó cual jauría hambrienta a ver lo que había pasado.
Me dirigí hacia el lugar en el que todo empezó.
Ahí yacía el macilento cuerpo del hombre completamente solitario, más muerto no estaba, aún.
Me acerqué a él, Rozando ligeramente la oz con su cuerpo, su alma se retorció, el alma del pianista, calmada, se acercó a mi como si mi presencia no le perturbase en absoluto, recorrió la habitación y finalmente al toparme con su mirada, encontré satisfacción.
Válgame ¡Oh! Entonces la muerte
y que valga su filo la pena
que redunde en mis versos y en mis palabras
y que no se sienta como una condena.
Que sea la luz que me engaña
que me prometa una paz bonita
que me haga sentir que mi carne
no sufre porque no grita.
Seudónimo: Clave de Fa