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EL MISTI, LA TUMBA DEL PATAPELADA
Iba púe yo, caminando por la ladera de mi pueblo, era un día soleado, tenía puesto mi huachano como buen chacarero, llevaba mis chombitas con espumante chicha.
Era lo mismo cada mañana, saludado por todos los que araban mis chacras.
Mis fértiles campiñas alojaban un racay frente a un boquerón, donde corría agua cristalina del manantial que había bajo la sombra de los molles.
Sentado en un lao del boquerón, me encontré con Ráulo “El Patapelada”, mi mejor gañan —“Buenos días, mi señor” — me dijo, yo solo asentí con la cabeza.
Ráulo era mestizo de padre español y madre india, lo conocí en una chingana, había sido un día difícil, estaba muy cansado, le pedí a doña Gumersinda que me sirva un trago para tomar valor; después salí, ya me dirigía a mi fundo cuando de pronto vi en el suelo un hombre tirado, que estaba borracho, tenía un huachano viejo, estaba patapelada, mirada perdida, parecía un fina'u, sin vida…
Fue cuando me compadecí de él, lo levanté y lo llevé conmigo, me recordaba a mí, antes yo era un borracho al que no le importaba nada, un borracho que perdió a su familia, había tratado de ser feliz; pero, aun teniéndolo todo no tenía nada, recordar me hacía mucho daño…
Ya en el fundo lo dejé recostado en uno de los cueros, pasó allí toda la noche, en la mañana siguiente me di cuenta que había escarcha'u toda la noche entré donde lo había dejado, cantando un yaraví y tiritando de frío, lo encontré, no me dijo nada.
Salí, ya me iba a mis chacras, no me había dado cuenta; pero el hombre de la chingana, así lo llamaba yo, me había seguido.
Se había limpiado los chogñis, tenía pinta de matrero que jamás me había imaginado que él tendría.
Lo dejé al mando de una yunta y poco a poco se ganó mi cariño, ahora él era mi mejor gañán, nunca me habló de su pasado; pero, sentí que una herida estaba abierta, no insistí, lo único que sabía era su origen y también su nombre, Ráulo.
Todos le decían “El Patapelada”, ya que, siempre andaba descalzo.
Después, de una larga faena Ráulo y yo nos dirigimos al fundo, la noche era fría, el sol se había ocultado y la bella luna ya había salido…
Ya en el fundo, la criada nos sirvió la merienda, en mi mesa había todo tipo de alimentos, era pues yo el hacendado más famoso de la región.
Ráulo como todos los días comía un boca'u de mote con queso, terminaba eso, se despedía y se iba a dormir, esta vez no fue la excepción.
Hice lo mismo, ya recostado me invadió el sueño, un sueño profundo…
Ya era madrugada cuando desperté, asustado y sudoroso noté algo raro miré mis piernas y estaban deformadas, grite…
Ráulo vino enseguida me preguntó por qué gritaba. Yo le dije que mirara mis piernas y se quedó pasmado
—¿Qué te pasó, mi señor? —me dijo, yo aún asustado le conté mi sueño, él escuchó todo con atención y prometió ayudarme. Yo accedí.
Horas después emprendimos el recorrido, yo monta'u en un burro, con mi poncho blanco y mi inseparable huachano y Ráulo enccapichado de cabeza a los pies arreando al animal, nos habíamos llevado quipos, no muchos, mote, tosta'u, lo más esencial..
Así bajo los molles nos dirigimos al lugar donde según mi sueño se me devolvería mi ánimo.
A la mitad del camino unos hombres de buen ccaito, chascosos con chogñis en los ojos, quircos de naturaleza y con huaccalis, nos cerraron el paso con sillar, y con machetes en mano nos amenazaron y pidieron que les demos todo lo que teníamos, yo y Ráulo nos rehusamos y pasó lo peor.
Nos rebuscaron, no podíamos hacer nada; pero Ráulo no se daba por vencido los insultaba, pero ellos no se detenían…
Nos dejaron sin nada, ya era de noche, solo las estrellas iluminaban el camino, estábamos tiritando de frío, Ráulo me cargaba, yo no podía mis piernas se deformaban cada vez más, cuando de pronto divisamos una chuclla, decidimos pasar la noche allí.
El tiempo se agotaba mi ánimo se alejaba más con cada segundo que pasaba, Ráulo estaba muy cansado me había cargado toda la tarde, lo dejé descansar.
A la mañana siguiente tomamos un atajo, estábamos hambrientos, cazamos unos cuyes salvajes, eso detuvo el hambre unas horas más, ya se hacía tarde, cuando divisamos nuestro destino, me puse feliz; pero, sentí algo raro en Ráulo su voz era débil sus pies tenían heridas, ya no daba para más.
Con sus últimas palabras me dio las gracias por mi amistad, fue cuando le rogué a los Apus que me acompañen a cuidar el cuerpo de mi noble amigo, en ese mismo instante me convertí en uno de ellos, y dentro de mis entrañas yacía el cuerpo de mi querido Patapelada.
Mis leales criados de mi fundo al ver mis inseparables, poncho blanco y huachano, seguros de que era yo, su señor me llamaron Misti, desde ese día vigilo mis campiñas y a su bella gente, la tierra del sillar bella y heroica, ciudad de Melgar y de mi buen Patapelada.
(Apaza Supo, Valeria Alejandra)
I.E. 40009 "San Martín de Porres"