¡Hasta pronto, amigo!


¡HASTA PRONTO, AMIGO!

Había una casita donde vivía una pareja de esposos amorosos y unidos que no se dejaban para nada y que iban a todos lados. Lo único que los entristecía era que no podían tener hijos. Para llenar ese vacío y para darle una distracción, el esposo decidió comprar una mascota. En poco tiempo, el perrito fue el más querido de su mundo y si en un principio pensó regalarlo; luego se arrepintió por la dulzura que transmitía. Además, era disciplinado y obediente al oír su nombre Bobby.
Un día la esposa le dio una sorpresa a su amado esposo. Le dijo que estaba embarazada. Hubo una alegría tremenda porque esperaron años para tener un hijo. Pero, ¿había una cosa? A la esposa le daba náusea la presencia de la mascota. 
Con la llegada del bebé tomaron una difícil decisión: decidieron llevar a Bobby a otro lado. Pensaron en dejarlo en una perrera o con alguien, pero no podían. Vivían muy alejados de la gente. El dueño lo subió en el auto de la familia. Condujo hasta el kilómetro más alejado. Con la tristeza apretando el corazón bajó a Bobby del auto. Imaginó que un conductor pasajero lo iba a embarcar y se haría cargo. En un momento, Bobby pensó que era un juego y correteó hasta el bosque, ida y vuelta. Al retornar a su dueño escuchó un adiós, un eres un buen amigo, un jamás te olvidaré y, acariciándole la cabeza, un siempre te llevaré en mi corazón. 
El dueño arrancó el carro y se fue, dejándolo solo en plena carretera. Bobby, al notar el abandono, fue corriendo tras él; pero nunca lo alcanzó y se rindió.
Pasaron días desde el abandono. Bobby siguió su camino olfateando hasta el último rastro del auto. Llegó a una ciudad. Buscó comida. Estaba sin comer varios días. Algunas personas lo vieron triste, intentaron ayudarlo. Bobby no quiso, no hacía caso. Solo quería que su dueño vuelva. Otros, viendo el estropajo en que se había convertido, le espantaban a escobazos. De tanto estar en la calle se infectó con sarna. Bobby soportaba; sus heridas empeoraban, no sanaban.
Pasaron cinco meses, bebiendo agua de la calle, comiendo basura, esperando el retorno de su dueño. Bobby ya no soportaba, estaba huesito con yayas en el cuerpo. Cansado, se dejó caer. La pena le mataba por dentro. Aunque ya sabía que su dueño nunca iba a regresar.
Un veterinario que estaba pasando lo vio y lo llevó a su consultorio. Bobby estaba muy mal, no podía moverse y apenas podía caminar. Otro veterinario, que estaba de paso en ese consultorio, observó cómo intentaban reavivarlo. Se acercó a la mesa. Lo reconoció. Era su dueño. Un dolor terrible le inundó. No era el Bobby de antes. Hicieron todo lo posible. Pero se dieron cuenta que ya no podían hacer nada. La única manera, para evitarle el sufrimiento, era ponerle una vacuna para que duerma eternamente. 
Le pusieron en un césped cerca de un árbol. Le dieron la última despedida. El dueño lloraba arrepentido por el pasado. 
—Mi buen amigo ya nunca vas a sufrir. Siempre has estado en mi corazón. Perdóname por abandonarte… ¡Hasta pronto, mi querido Bobby!
Le pusieron la inyección. Bobby durmió para siempre. El dueño recordó el abandono. Se preguntó si era posible que un ser aguantara tanto martirio. Desconsolado, le acarició la cabeza.
—¡Hasta pronto, amigo!

Seudónimo: Dumbledore