MELODIA DE UNA MAMINA
“La fortaleza no se hereda, es las suma de vencer miedos en nuestros recuerdos”.
En un país como el nuestro pasan los años y cambian los gobernantes. Donde las personas con poder adquisitivo por decirlo así que se consideran bien posicionadas, ya sea por tener un auto del año, el último celular en el mercado, que se yo… en un país donde somos de raza mixta, donde el supuesto blanco desprecia a la gente de ande siendo ellos dueños de nuestra fabulosa cultura, donde los llamados “ccalas” se creen más que el resto del pueblo. Uno de esos días justo cuando regresaba del colegio junto a mi Mamina, como de cariño le decía a mi abuelita, aprovechamos para comer queso helado e ir pausado.
—¿Y qué clase de música te gusta Nathaly? — preguntó mi querida abuela con una sonrisa en el rostro, pues hacía casi un mes que no la visitaba; de no ser por ese día que de sorpresa me fue a recoger al colegio.
Lo pensé por un detenido momento y respondí:
—Pues… no lo sé casi nunca escucho música —dije despreocupada.
—Jajajaja… —acarició mi cabeza con delicadeza— no te preocupes, te enseñaré la música más hermosa y debajo su chompa sacó un cassette antiguo de esos que no se usan ya.
—No tengo mucho para darte Nathaly y aunque es poco te lo doy con el corazón.
Se equivocaba enormemente pues me daría la lección más importante de mi corta vida.
No paso mucho cuando pudimos escuchar gritos en el parque próximo a nosotras. Pues dos niñas pequeñas que habían estado jugando en el pasto, al parecer recién se conocieron y como todo pequeño, no conoce de diferencias de raza, idioma u otras desfachateces que inculcan a uno al crecer, estaba una llorando y la otra asustada cual oveja frente al matadero.
Un frágil y pequeño hombrecillo se interponía torpemente entre dos mujeres, una de las doñas era elegante a la vista muy bien vestida, decía llamarse Pilar y que vivía en el barrio de Yanahuara; esta señora gritaba y quería golpear a otra señora que a la vista estaba desaliñada y vestía humildemente, que tenía un atadito de pan, verduras, etc. en la espalda, quien se aguachaba y asustaba ante los gritos que doña Pilar extirpaba de sus eufóricos pulmones:
—¡Chola sucia! ¡Cómo te atreves a comparar a mi hija con la tuya! Aprende a criar a tus hijos ¡La empujó y arañó a mi hija! Por poco casi al caer se rompe la cabeza.
La humilde señora respondió:
—Acaso le pegó, despacito nada más fue, señora —con voz apenas audible y temblorosa.
La gente que con disimulo curioseaba, en voz baja criticaban la actitud tan prepotente de doña Pilar. Me pregunté porqué nadie hacia nada cuando ocurren estos atropellos, ¿acaso ser adinerados o bien vestidos les da más derechos ante un callejero o un pobre? Cuando seguía escuchando lo que gritaba doña Pilar a su iphone 7.
—¡Aló, Federico! ¡Por qué no te apuras! ¡A la bebé le han pegado por esperarte! ¡Apúrate que a ti también te agarro y… ¿Aló? ¿Aló? —las risillas atenuadas de los curiosos— !Que miran! —botaba fuego de la mirada, de esas que te arrancan el alma con que tu imagen coincida con sus pupilas, me dio mucho miedo.
La otra señora recogiendo sus ataditos que se le cayó, solo llamaba la atención en voz baja a su hijita:
—Ya vez Fidelina, ahora el papá se va a enojar contigo… te han dicho siempre que las guagüitas no se mueven donde la mamá les deja, estas “ccalas” ojala no nos hagan problemas —como acostumbrada a guardar su ira y agachar la cabeza, lo decía mordiéndose los dientes casi— Ni tiempo tengo ahora de recoger los mandados y la patrona va a creer que me he quedado conversando en el mercado, perdiendo el tiempo.
Hubo dentro de mí un sentimiento de tristeza e impotencia o un no sé qué; apreté duro la mano de mi Mamina e hice contacto visual con ella como suplicante de que haga algo, mi mirada gritaba que haga algo, porque mi alma de niña se lastimaba con eso.
Mi mirada hizo efecto, es cuando mi Mamina avanzó unos pasos hacia la señora humilde y se puso a ayudarla a recoger sus cosas, preguntándole si estaba bien y cuál era su nombre.
—Rufina… —Contestó, en un tono temeroso como un animalito golpeado.
Mi Mamina me hizo una seña para que acaricie a Fidelina llorosa; lo cual hice, le di mi queso helado y empezó a sonreír inmediatamente. Ambas le dimos una sonrisa cordial y nos paramos a su lado, mientras Rufina se levantó y se retiró acongojada, sumisa; lo más rápido que pudo, como si el sendero frente a ella fuera interminable.
Cogí de la mano a mi Mamina y seguimos unos pasos más cuando doña Pilar nos pidió prepotente con una seña que le alcanzáramos su celular de última generación que lo había tirado en su arranque de ira y diciendo:
—¡Una, ya no sabe con quién encontrarse en estos días señores y señoras! ¡Hay cada gente, que no podemos despegar de nuestra vista a nuestros hijos!
Mi Mamina que hasta ese momento se mantenía sin intervenir directamente, me miro, me presiono la mano (sentí su palma caliente como la arena bajo el sol radiante) como decir mira esto. Y sin alcanzarle su celular ni nada le dijo en forma muy calmada.
—Recójalo usted misma señora, que yo sepa la prepotencia no la hace discapacitada.
La doña en cuestión se quedó parada, sin atisbar un movimiento o capaz tratando de entender porque nadie entendía que ella era la víctima como en su cabeza.
La gente espectadora se disipó, cada quien a lo suyo.
Y nosotras también seguimos caminando, nos miramos y sonreímos levemente. Recuerdo que ese día abrace fuerte a mi Mamina porque me sentí protegida. Llegamos a casa y pudimos escuchar el cassette, cuando mi abuela toco el botón rojo de la radio vieja en forma rectangular, negra y poco empolvada que recién repare que todo este tiempo existía en la cocina de mi casa, esa melodía aún resuena en mi mente.
Esa noche me puse a pensar mucho y me preguntaba:
¿Porque Rufina no defendió a su hijita, ni a ella misma? ¿Que temía? ¿Porque hay gente que cree que puede abusar de algunos y gritar a otros? ¿Porque las personas se sienten más valientes con los que suponen más vulnerables?
Evaluó esa situación y la comparo con muchas otras situaciones cotidianas que veo a diario en la televisión, en la calle, etc.
Mi esperanza es que Fidelina crecerá y se hará fuerte, en un futuro próximo vera las cosas distintas y valorara lo que es, no habrá una doña Pilar que se atreva a atropellar sus derechos solo por su complejo de superioridad.
Cierro los ojos, sueño con un lugar mejor, grabo este mensaje mentalmente:
“La prepotencia con los débiles no nos hace más fuertes”.
Aun guardo el cassette y la vieja radio, con recelo y oigo esa melodía cuando quiero sentirme valiente como una Mamina, cuando siento que soy capaz de ser diferente….cuando siento miedo…cuando extraño a mi Mamina.