La suerte del burro

Cuando muera, quiera Dios que me recuerden que fui un buen padre, pero no será así. Me recordarán por mi esposa.

Es verdad, de no ser por ella ahora no tendríamos nada: ni los taxis, ni la casa y menos los hijos salidos de la universidad.

Yo por mi parte me declaro burro con “V” mayúscula. Allá en mi juventud mi padre me mandó a la mina porque solo servía para abrir surco y echar semilla, pero luego para nada más. En esos tiempos entré a trabajar en Orcopampa y ¡Oh sorpresa! aún sigo ligado al trabajo de socavón.

Mi vida era monótona y bien borrachosa. Los fines de semana en los días de recambio bajaba al pueblo y allí me metía entre pecho y espalda la mitad de la tienda. Pura caña me gustaba. Allí conocí a mi esposa: Juanita.

Bonita era así con sus trencitas y sus ojos de taruquita que me rehuían. Yo la enamoré con mis canciones, aunque ella jura que fue por lo gracioso que me ponía cuando tomaba. Cuando le pedí para irnos a vivir me mando por el desvío. Ella quería boda. Yo ya estaba maltón, tenía plata en el bolsillo y ¿Por qué no? me preguntaba. Ya conté que era medio burro así que no pensé tanto y me casé con ella.

Recién conocí algo de su historia. Papás posesivos que no la querían mandar a estudiar a la ciudad y ella saliéndose a buscar trabajo.

Al principio las cosas no nos fueron tan bien. Yo no calculé que había que alquilarle un cuarto propio y que tendría que dejarla pensionada porque del trabajo en la tienda ya no la querían. Los primeros meses la veía poco y hasta celos me entraron. En una de esas la encontré conversando con un hombre en la puerta de nuestro cuarto y le crucé la cara con una cachetada que hasta ahora me la recuerda. El tipo resultó que era su hermano que vino a verla desde Andagua. El puñete que me dio tampoco se me olvida, pero bien merecido lo tuve.

Luego de los arreglos y disculpas, nos dijo que venía con la noticia de que los padres de mi Juanita habían aceptado lo de la boda. Ella ahí recién me contó que estaba embarazada de cuatro meses. Cólera que me dio, pero pensándolo bien y con cervezas de por medio con el hermano, me tranquilicé y hasta me alegré. Un heredero, uno a quién contarle las hazañas que realizaría. ¡Ingenuo de mí!

Cuando llegamos a la casa de mi esposa, allá en su pueblo, la fiesta que se armó. Todos me quería, y yo a todos abrazaba. Soy burro pero cariñoso. Lo malo es que siempre que tomo se me da por regalar la plata. No me peleo con nadie, pero no sé porque se me desaparecen los reales del bolsillo.

Me acuerdo que en la visita me gasté más de 200 soles, de los antiguos, casi dos sueldos. Juana estaba enojada conmigo. Así la pasamos un mes con charqui y chuño nomás, aunque he de ser sincero: yo comía en la mina así que no la pasé tan mal, pero ella mi Juanita, cuanta hambre debió pasar. Con el tiempo las cosas mejoraron y el chiquillo que tuvimos creció. A los dos años tuvimos otro y luego dos años después otrito más y para el remate en otros dos años una niña. Es que cuando uno tiene metida la herencia de la chacra, siembra y siembra nomás.

Recuerdo que una vez a la menorcita le picó una araña. En esas altitudes no había ni médico y el de la mina se fue de vacaciones a la ciudad. De urgencias nos llevaron en la camioneta del jefe hasta Chuquibamba donde me la salvaron. Yo por primera vez me lloré y por supuesto me fui a chupar. A la mañana siguiente en el hotel le dije a mi Juanita que se viniera a la ciudad, porque ya el mayor iba a entrar recién a primer año y en la ciudad ya estaría avanzado. Podía pasarles cualquier otra cosa y no soportaría otro dolor así, pensaba para mí.

Ella no quería al principio, pero la pensó mejor y me pidió que esperáramos a que el mayor termine siquiera el primer año para luego venirnos. Más inteligente ella. Siempre con un pie en mi estribo. Durante ese tiempo ella junto real por real y al final, cuando se vino para acá, puso una tiendita de abarrotes.

Dicha sea la verdad, me metía en esos días con otras mujeres, pero siempre le cumplía a mi mujer mandándole la pensión, hasta que ella misma gestionó para que le pagarán la plata allá en Arequipa. Con eso se me acabaron las mujeres, porque ya no tenía plata. Fue mejor.

Cuando salió eso de los beneficios para los que trabajamos terciando tiempo, a mí me dieron la posibilidad de trabajar tres semanas por una de descanso. De esa manera podía llegar y pasarla con mi familia. Pero lo malo es que me iba a tomar todos los días y mi mujer me metía una de mil diablos. Cuando está linda y cariñosa es “mi Juanita”, cuando la presentaba a mis jefes y compañeros era “mi esposa, Juana”, pero cuando se trataba de sacarme de la cantina o de la canchita de fútbol era: “Mi mujer ya vino, me voy antes que me agarre a correazos”.

Era bravaza con lo del trabajo. Si es que se me ocurría tomar antes que llegara el carro a las 11 de la noche todos los viernes, el asunto se me complicaba, porque me salía a buscar de donde estuviera para subirme al bus, con esa correa en mano. En el viaje se me pasaba la borrachera y se me prendía la cabeza de ideas de que me iban a despedir y que después me iba a ir pateando latas de regreso a Arequipa. Creo que ese miedo me salvaba porque disimulaba tan bien que nunca se me notaba.

Me acuerdo de la época en que empezaron a despedir gente en masa, a mí se me entraron ganas de tomar más y más, pero Juanita me controlaba y llorando me subía al bus del trabajo y daba comida al chofer y al supervisor para que no me vendieran. Los compañeros nunca me decían nada y así nadie me descubría y era puntualito, hacendoso, para qué. De esa manera me salvé de los despidos masivos. La verdad ahora le agradezco, porque de lo contrario no tendríamos mi pensión y no tendría mi puesto de venta de insumos de para la mina. Todo es por ella que me ayudaba.

Y es que aun derrocho el dinero. Cuando me tomo le pido a uno de mis nietos que me lleve a pasear, yo le compro helados y comida. Del vuelto me olvido siempre. Cuando estoy mareado en alguna otra casa o fiesta, evita a los amigos que quieren irse conmigo. Mis hijos trabajan en sus profesiones. Los seis taxis que tenemos los ve el marido de mi hija, que ve la casa y mi mujer administra todo. Yo estoy en caja en el negocio y tenemos dos trabajadores a los que les pagamos hasta el seguro y vacaciones.

La tarjeta me la tienen con llave y es mejor. Cuando pido 100 soles para irme con mis nietos me da 50 y les dice que me gaste todo el dinero en comida. Ellos son mi vida. Yo no soy de cariño, mis hijos probaron mi rigor cuando su madre me decían que se portaron mal, pero por allí, en las tardes, cuando pasaba la tormenta, le preguntaba a uno: Ya has entendido, su cabecita hacía sí papá y le daba un caramelo, una galleta. Los nietos llegaron algo rápido, sembradores nomás me resultaron todos. Las risas nunca han acabado en casa, yo miro todo desde el fondo, sin saber qué decirles, si todos tienen su futuro ya hecho. Mis brazos que antes los abarcaban ahora son pequeños y me cuelgan. Y aun así, con la cabeza dura y mis pocas palabras, logro comprender por qué soy tan feliz.

Pero bueno, no siempre uno tiene las orejas paradas de contento. Ayer me enteré que tengo cáncer al estómago. Fue porque el doctor del Seguro me dijo que me hiciera análisis, pero no quería preocupar a nadie. Me recomendaron esta clínica y me vine. El doctorcito es buenito nomás. Me pidió que le comunique a la familia. Yo no le entendí bien lo de la enfermedad, soy burro, pero dice que es complicado, que debí hacerme ver antes, que si no me dolía, que sí nadie se dio cuenta, que será largo el tratamiento y puede que no la cuente. Me siento mal. Tan feliz y ahora, cómo les voy a arruinar la vida así cargando con un enfermo. Quisiera irme a la mina y atarme un pedazo de mecha y un cartucho, o irme a una chacra y tomarme folidol. Tranquilo ¡Sooooo! Ya se me está pasando el miedo.

La tembladera vuelve. Creo que no les diré nada. Enfrentaré mi dolor solito y así…

No. ¡Basta! Sería una deslealtad para con mi Juanita. Se lo diré, quién sabe, de repente como dice el doctor me puedo curar o de repente me muero, pero sé que ella estará a mi lado, que no me desamparará, me alcanzará un platito de sopa siquiera.

¡Yasta dicho!, la última imagen que quiero llevarme a la tumba es su rostro sonriente con sus trencitas y su mirada que me huía, la imagen de mis hijos riéndose en la mesa familiar de mi casita de dos pisos que construí con estas manos, la voz de mi último nieto llamándome “apa”, esas imágenes quiero llevarme a la tumba porque no sé si me las merezco, o de repente lo único que vea sea la sonrisa de la parca. Soy un burro nomás que lo mejor que pudo hacer en su vida fue casarme con una buena mujer. Que me recuerden por eso nada más les pido.

Fin.

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Por: Sarko Medina Hinojosa

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Relato escrito por el 2006, actualizado y publicado en Semanario La Central Noticias de esta semana.